Gertrud Kolmar: El ángel en el bosque.



Dame tu mano, tu mano querida, y ven conmigo,
pues queremos alejarnos de los hombres.
Son mezquinos, ruines, y su mezquina ruindad nos odia
y mortifica.
Sus ojos rondan maliciosos por nuestro rostro y su oído ávido
manosea las palabras de nuestra boca.
Recogen beleño...
Así que huyamos
a los campos soñadores que, gentiles, con flores y hierba,
confortan nuestros pies vagabundos,
al borde del río que, con paciencia, carga sobre su espalda
imponentes fardos, pesados barcos repletos de mercancías,
imponentes fardos, pesados barcos repletos de mercancías,
con los animales del bosque, que no murmuran.

Ven.
La niebla del otoño vela y humedece el musgo con brillos
mates, esmeralda.
Ruedan las hojas del haya, tesoro de monedas de bronce dorado.
Por delante de nuestros pasos, llama roja, temblorosa,
salta la ardilla.
Alisos negros, retorcidos, silban junto al pantano
en el resplandor cobrizo del atardecer.

Ven.
Porque el sol se ha puesto, se ha acostado en su cueva
y su aliento cálido, rojizo, se apaga.
Ahora se abre una bóveda.
Bajo el arco azul grisáceo entre las coronadas columnas
de los árboles estará el ángel,
alto, esbelto, sin alas.
Su semblante es dolor.
Y su vestido tiene la palidez glacial de las estrellas
que centellean en las noches de invierno.

El que es,
que no habla, no debe, sólo es,
que no conoce maldición alguna ni trae la bendición y que no
peregrina a las ciudades al encuentro de lo que muere:
no nos mira
en su silencio de plata.
Pero nosotros le miramos,
porque somos dos y estamos desamparados.
Tal vez
caiga una hoja seca, marrón, sobre su hombro,
resbale.
Nosotros la recogeremos y la guardaremos,
antes de seguir adelante.

Ven, amigo mío; conmigo, ven.
La escalera en casa de mi padre es oscura, tortuosa, estrecha,
y los escalones están desgastados;
pero ahora es la casa de la huérfana, y en ella
vive gente extraña.

Llévame.
En la puerta la vieja llave oxidada se resiste
a mis débiles manos.

Ahora chirriando se cierra
Mírame ahora en la oscuridad, tú, desde hoy mi patria.
Pues tus brazos se erigirán para mí en muros protectores,
y tu corazón será mi aposento y tu ojo mi ventana,
por la que brilla el amanecer.
Y la frente se alza a tu paso.

Tú eres mi casa en cualquier calle del mundo, en cualquier
hondonada, en cualquier colina.
Tú, mi techo, languidecerás conmigo extenuado
bajo el mediodía abrasador, te estremecerás conmigo
cuando azote una tormenta de nieve.
Pasaremos hambre y sed, juntos resistiremos,
juntos un día caeremos al borde del camino, cubierto de polvo,
y lloraremos...


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